Eso de intentar leer la obra completa de un autor es algo consustancial en mí. Supongo que tiene que ver con mi TOC (que no es Índice de Materias, sino Manía Compulsoria) ya que, si un autor me gusta, quiero leer más de él hasta llegar a absorberlo totalmente, dejándolo seco como una araña chupa todos los líquidos de un insecto, aprovechando así al máximo ese afán placentero de la lectura gustosa.
Entre mis autores preferidos están, cómo no, Verne, seguido de Dickens y Galdós (que alguien llamó el Dickens español) y, entre los de ciencia ficción, Asimov y luego Heinlein. Pero el tiempo pasa, y estos dos últimos autores me gustaron hasta que pude acceder a sus biografías, y entonces la cosa se enfrió totalmente.
Asimov me enfrió totalmente por sus manías en la Vida Real (TM) de ir tocando culos y sujetadores, besuqueos varios y demás tejemanejes sexuales e incómodos, antes y ahora, abusando de su fama como autor. Además, como escritor sin más, su obra de ciencia ficción (que no divulgativa, salvo excepciones) ha envejecido bastante mal.
Heinlein, que al parecer fue todo un caballero con las féminas (y un león con los hombres), tenía (tiene) otro problema: su fijación con tener sexo con madres y hermanas, a veces incluso menores de edad, fijación que va in-crescendo en su obra hasta las novelas finales, en las que no se corta nada al presentar sexo con su madre (en Tiempo para amar) y hermanas e incluso hijas (en El número de la bestia y sus continuaciones). También aparecen otros temas menos llamativos, como el hecho de que las mujeres, independientes y liberadas, siempre se encuentren ganosas de casarse y convertirse en una fábrica de bebés.
Por lo tanto, y en base a eso, dejé de leerlos.
Pero el tiempo pasa, y el engurrio aprieta, y los autores nuevos tampoco es que me digan mucho, así que, tras la lectura de la segunda edición de La ciencia ficción de Isaac Asimov, de Rodolfo Martínez, y sus comentarios sobre la vida privada de Asimov, hizo que me replanteara mi decisión. Ya había releído algo de Asimov antes de eso, mayormente los cinco volúmenes de La Fundación, pero a partir de ese momento decidí volver a estos autores de mi mocedad. Y, de hecho, lo primero que hice fue comprar una edición de Los propios dioses, novela del Patillas que no había leído todavía.
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Al cabo de unos días, dándole vueltas sobre cómo leer a Heinlein, y recopilando información de aquí y de allí (ya sabéis, mi manía compulsoria de leerlo todo), recordé el Virginia Edition, que no me acuerdo cuándo descubrí, pero que desde aquel momento no hizo más que hacerme ojitos, o más bien llamarme con locura durante mis sueños.
Se trata de la obra definitiva de Heinlein, fijada por su viuda, recuperando las partes cortadas y cambiadas por los editores y por otras necesidades del momento, recogida en cuarenta y seis volúmenes encuadernados en piel (que dudo mucho lo sea realmente) y tapa dura, papel de calidad y cosido, con una fuente muy bonita y de fácil apertura (menos los tochos gordos) y lectura.
Mientras mantuve la decisión de no volver a leerlo, la sensación de necesidad de tener esa obra no era muy alta, pero en el momento en que decidí volver, bueno, esa necesidad se disparó hasta niveles bastante importantes. Lo único que me podía echar atrás era el idioma, inglés, pero resulta que Heinlein es muy fácil de leer si tienes algo de experiencia con el lenguaje de Shakespeare, como es mi caso. De hecho, apenas necesito el diccionario con este autor ya que, si alguna palabra o expresión se me atasca, en general la suelo sacar por el contexto.
Luego llegó el tema del coste de esta. No es barata. No lo es ni siquiera considerando la cantidad de volúmenes, cuarenta y seis, de lujo y con dorados que supongo serán pintura porque no se despegan al tocarlos con el dedo, aunque el tiempo dirá.
Y finalmente entró la paga extra de mayo (bueno, más bien entrará), y la relativización del precio, pues sumando los costes de aduanas, resulta ser más barata que, por poner otra cosa que me tienta algo, el monitor de Apple. Y estos libros no se obsoletan precisamente, así que la decisión estaba tomada.
Dicho y hecho, un domingo por la tarde hice el pedido y, unas tres semanas después, con algún que otro incidente relatado en otro lado, y mucho más rápido de lo esperado, dos cajas llegaron a mi casa, con un pago de aduanas casi un cincuenta por ciento inferior al calculado, asumiendo un IVA del 8%, aunque parece que solo han cobrado los gastos, ya que hay un acuerdo entre Estados Unidos y Europa (o al menos Holanda) de no cobrar IVA por las importaciones y exportaciones de libros.
Y ahora residen en mis estanterías, ocupando balda y media (la de la foto), y en esta serie de entradas os iré contando sobre la colección y su lectura.
(Para los cotillos, el libro forrado de blanco es la edición de Navona de El conde de Montecristo, envuelto de esa manera para evitar estropear las tapas).